Estamos viviendo una crisis muy gorda en casa. Una crisis que está poniendo en peligro la convivencia, nuestra salud mental y hasta el sueño de los vecinos, que tienen que estar flipando cuando escuchan los gritos de histeria que pegamos de vez en cuando. Porque, si ya éramos pocos en este piso, ahora resulta que tenemos nuevas inquilinas. Y no sólo no pagan el alquiler ni colaboran en las tareas de limpieza, si no que dan un ascazo que te mueres.
Todo empezó un día en que, toda inocente (y sobada), me levanto por la noche al baño. De repente, me adelantaron por el pasillo dos cucarachas pequeñitas y marrones a 120 km/h, (y ya sabéis que yo nunca exagero) sin intermitente ni nada.
Tras el amago de crisis nerviosa que me dio en ese momento, y una vez que conseguí dejar de hiperventilar, pensé en si despertar al resto de mis compañeros para alertarles del peligro que corrían nuestras vidas. Luego decidí que se vive mejor en la ignorancia, y que ya se lo contaría al día siguiente. (De nada por vuestra última noche de sueño tranquilo, chicos)
Por supuesto, no pegué ojo esa noche, y dediqué las horas que faltaban hasta que sonase el despertador a trazar un súper-mega-plan de aniquilación cucarachil, extrapolando todo lo que he aprendido con las pelis de zombies al bicho inmundo en cuestión (Claro que no sé si las escopetas que todo ciudadano americano medio tiene en en su casa serán muy útiles en estos casos)
Al día siguiente, arrasé en el supermercado con trampas y sprays mata cucarachas, y volví a casa con mucha sed de sangre.
«DIE BITCHES DIEEEE!!!!!!!!»
Informé a mis compañeros de la nueva situación y, entre lágrimas y abrazos de apoyo, nos prometimos que juntos saldríamos de esta. (Tampoco dramatizo nunca)
El caso es que, pasaron los días, y vivíamos bastante tranquilos sin que las zorras hijas de la gran puta los animalitos del Señor diesen señales de seguir entre nosotros.
«Vamos bonitas, si estáis ahí, salid, que no os vamos a hacer nada» (Y no salían, así que todo bien)
La paz se terminó el viernes pasado. Me levanto una vez más al baño por la noche (tengo que beber menos agua en la cena) y veo, no una cucaracha pequeñita como las anteriores, no. Ojalá. Esto era un maldito tráiler, neeeeeeegra y enorme. Era tan grande que, por un momento, valoré la posibilidad de adiestrarla y ahorrarme el abono de metro (además, así ya podría poner «vehículo propio» en el CV) Cuando fui capaz de reaccionar, corrí a por el spray mata bichos y me la cargué. Fue una muerte muy agónica: tuve que ahogarla en un charquito de spray, porque la cucaracha mutante era súper resistente y se aferraba a la vida con todas sus fuerzas.
Con tanto chillido que pegué en el proceso, se despertó Feriel, y salió a ver qué pasaba. Cuando vio el cadáver de semejante monstruo, se quedó petrificada. Y luego decidió que había que quitar «eso» de ahí. A mí me dio pena, porque me hacía mucha gracia la idea de dejar el fiambre a la puerta de la habitación de Donald y estudiar su reacción por la mañana.
El levantamiento del cadáver fue un show. Yo dije que me negaba, así que Feriel fue a por escoba y recogedor y, estirando el gadgetobrazo unos 2 metros (lo juro), intentaba barrer al bicho pero, con tanto spray, se quedaba pegado al suelo. (Todo esto gritando las dos histéricamente, claro) Cuando por fin lo consiguió, y yo ya empezaba a superar la escena vivida, voy al baño y me encuentro otra cucaracha King Size. Y ya fue demasiado, eché spray a lo loco por todas partes, cerré la puerta y me fui medio llorando del susto. Creía que la había matado, pero, al día siguiente…la cucaracha no estaba. CHAN CHAAAAN!!
Nos imaginamos al bicho llegando moribunda a la madriguera, arrastrándose con las patas delanteras.
«¡¡¡Tías!!! ¡¡Nos han pillado!! ¡¡Y tienen a Jose!! ¡¡Jose está muerto!!
Después de todo esto, nos hemos vuelto locos. Trampas y spray all over the casa, incidiendo mucho en las puertas de las habitaciones para crear una barrera impenetrable que nos deje dormir medio tranquilos por las noches.
Pero se ve que no lo conseguimos. Hoy Feriel ha amanecido acompañada en la habitación, y ayer no ligó. Un bicho muerto, boca arriba al lado de sus zapatillas (no sabemos si fue por el spray, o por las zapatillas, pero al menos estaba muerto) Cuando Vera vio aquello, se quedó blanca. Y es negra.
La lucha continúa: o ellas, o nosotras.
(Pero, por si acaso, estamos mirando pisos)